Quizá forme parte
de mis genes desde que Al-Ándalus imprimió su huella cultural en sus gentes, y
estas se repartieron por doquier cuando, las luchas internas por un lado y la
interpretación más cicatera de la fe (unas y otras) por otro, llevaron a los
moriscos a difuminarse y desaparecer en la uniformidad del cristianismo medieval,
siempre y a la fuerza, impuesto. La verdad es que siempre he sentido una
atracción especial por lo andalusí.
Ya había visitado
en varias ocasiones la Alhambra, también Sevilla, sus Alcázares, Giralda y
Torre del Oro (en la catedral no me dejaron entrar porque iba en pantalón corto
–¡suenan risas!); pero fue durante mi visita a Córdoba durante la navidad de
2009 cuando sentí más cercana esa huella andalusí: la mezquita, Medina Azahara,
el dédalo de sus callejuelas a los pies del alcázar… removían algo muy profundo
en mí para dar forma, poco a poco, a un sentimiento de admiración cada vez más
intenso.
Después
llegó la lectura de “Los jardines de la luz” de Amin Maalouf, y
la novela histórica de “La mano de Fátima” de Ildefonso Falcones. Tras
ese primer equipaje, de espiritualismo por un lado y de documentación
propiamente andalusí por otro, casualmente cayó en mis manos un libro
especialmente respetado por el mundo arabista: “Historia de los musulmanes
de España” del autor holandés del siglo XIX Reinhart P. Dozy que,
aún siendo de lectura densa, lenta y dura, empezó a darme algunas respuestas a mis
porqués ignorantes. Debía dar el paso.
Durante
la primera semana de julio de 2011 disfruté de un curso intensivo de cultura
árabe y tomé el primer contacto con el alifato (así se conoce en la lengua
árabe el conjunto de sus letras). Hasta final de agosto enriquecí mi bagaje con
la lectura atenta, intensa y apasionada de las dos obras mayores de Amin
Maalouf: “León el Africano” y “Samarkanda”. Estaba decidido.
Quizá no tenía la mejor edad, ni la más abierta de las mentes, ni el intelecto
más ágil, pero debía dar el paso.
Ya
he cursado mi primer trimestre de ÁRABE en la Escuela Oficial de Idiomas de
Girona, y sí, he aprobado el primer examen. Quién sabe, quizá ese sea el mejor
camino para acercarme todavía más a la añorada Al-Ándalus.